En aquel tiempo, Jesús dijo a los escribas y fariseos: “¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, porque les cierran a los hombres el Reino de los cielos! Ni entran ustedes ni dejan pasar a los que quieren entrar.
¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que recorren mar y tierra para ganar un adepto, y cuando lo consiguen, lo hacen todavía más digno de condenación que ustedes mismos!
¡Ay de ustedes, guías ciegos, que enseñan que jurar por el templo no obliga, pero que jurar por el oro del templo, sí obliga! ¡Insensatos y ciegos! ¿Qué es más importante, el oro o el templo, que santifica al oro? También enseñan ustedes que jurar por el altar no obliga. ¡Ciegos! ¿Qué es más importante, la ofrenda o el altar, que santifica a la ofrenda? Quien jura, pues, por el altar, jura por él y por todo lo que está sobre él. Quien jura por el templo, jura por él y por aquel que lo habita. Y quien jura por el cielo, jura por el trono de Dios y por aquel que está sentado en él”.

🕊️ Mi reflexión
…y llegó mi evangelio preferido, ”¡Ay de ustedes!”. Esto nos dice Jesús hoy, y no lo hace para humillar, no…, sino para despertar.
Sus advertencias son un acto de amor fuerte, porque sabe que nada daña tanto al corazón humano como la hipocresía religiosa. Esa que cumple normas con exactitud, que repite oraciones con precisión, que cuida las apariencias con esmero, pero que en el fondo se ha olvidado de lo esencial: el amor, la misericordia, la verdad interior que transforma la vida.
Jesús denuncia a quienes se han convertido en guardianes del Reino, pero en realidad son porteros que ponen candados. Cumplen ritos y mandamientos, pero al mismo tiempo cierran la puerta de Dios a los demás. Es el fanatismo que asfixia, que se siente dueño de la verdad y termina alejando a las almas. Lo terrible es que esa actitud no solo arruina la propia vida espiritual, sino que también impide que otros puedan entrar. Cuando un creyente en nombre de Dios se convierte en juez implacable, en fiscal de la fe de los demás, entonces deja de ser testigo y se transforma en obstáculo.
Jesús también señala otra forma de hipocresía: recorrer mar y tierra para conseguir adeptos y después hacerlos aún peores, porque no los llevan a Dios, sino a una copia de sí mismos. Eso es el “ganar adeptos” pero sin llevar realmente a las personas a un encuentro vivo con Dios ni a una transformación auténtica del corazón, la obsesión de sumar miembros, cifras y estructuras, olvidando que el Evangelio es para engendrar hijos de Dios, no clones obedientes. Evangelizar es dar vida, es abrir horizontes, no es encerrar en moldes.
Por eso Jesús desenmascara la trampa de quienes ponen más valor en el oro que adorna el templo, o en la ofrenda sobre el altar, que en el mismo templo y altar que son lugar de encuentro con Dios. Es un error de ayer y de hoy: poner el acento en lo accesorio y perder de vista lo esencial. Nos pasa cuando cuidamos con esmero los adornos y descuidamos a los pobres; cuando defendemos tradiciones con pasión, pero rompemos personas con juicios y rigideces; cuando proclamamos obediencia, pero dejamos a un lado el Evangelio vivo que pide misericordia; cuando juramos fidelidad a banderas y corrientes, y olvidamos la presencia del Dios vivo en el altar y en los hermanos.
Lo que da sentido a todo no es el oro, no es la norma fría, no es la apariencia externa, sino Dios mismo, su presencia viva, su amor que habita en el templo, en la Eucaristía, en el corazón que se abre con humildad.
Cuando Él ocupa el centro, todo lo demás encuentra su lugar. Pero cuando lo desplazamos, cuando lo relegamos a un rincón, incluso lo más sagrado se convierte en caricatura.
Este Evangelio hoy incomoda, porque nos obliga a preguntarnos de qué lado estamos. ¿Del lado de quienes aparentan y juzgan, o del lado de quienes se dejan transformar por el Señor con sencillez y verdad?
La hipocresía es fácil: basta con cumplir normas externas.
La autenticidad cuesta, porque pide conversión, pide perdón, pide cambio real de vida. Por eso Jesús se muestra tan duro, porque la hipocresía es un veneno que no solo mata al que la vive, sino que contagia y arruina a otros.
El Señor nos invita a abrir puertas en lugar de cerrarlas. Nos pide que nuestra fe sea un puente, no un muro. Que lo que celebramos en el altar se traduzca en misericordia en la calle. Que la oración no se convierta en rutina, sino en encuentro que cambia el corazón. Que nuestras comunidades sean lugares donde el más frágil encuentre consuelo y no condena. Que la verdad nunca se separe de la caridad. Y que nuestra primera fidelidad sea siempre a Jesús y su Evangelio, por encima de corrientes, estilos o tradiciones que a veces nos dividen.
En este mismo espíritu, tampoco podemos olvidar a quienes viven situaciones difíciles, como un divorcio, la ruptura de un hogar o la tentación de descuidar sus obligaciones familiares y personales. Estas realidades son heridas profundas que traen dolor, soledad y, muchas veces, una pesada carga de culpa. Pero no deben ser motivo de exclusión ni de condena, sino de acompañamiento y de esperanza. Cristo no aparta a quien se siente frágil; más bien lo llama a levantarse, a reparar lo que pueda ser reparado y a seguir adelante con humildad. La vida cristiana no consiste en aparentar perfección, sino en caminar cada día con un corazón dispuesto a la conversión, confiando en la misericordia de Dios que siempre ofrece una nueva oportunidad.
En definitiva, Jesús hoy nos recuerda que lo sagrado no son las apariencias ni las reglas cumplidas sin amor, sino el corazón sincero que se abre al Padre y se entrega al hermano. Los “¡Ay de ustedes!” no son una condena definitiva, sino una llamada fuerte al cambio. Es la alarma del amor de Cristo que nos dice: despierta, conviértete, vuelve al centro, deja de aparentar y empieza a vivir en verdad. Si escuchamos su voz y nos dejamos purificar por esta palabra, lo que hoy suena como advertencia se convertirá mañana en bendición. Y entonces podremos escuchar de sus labios no un “¡ay de ti!”, sino un ”dichoso tú, porque tienes un corazón limpio”.
Descubre más desde
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.