En aquel tiempo, Jesús salió de la sinagoga y entró en la casa de Simón. La suegra de Simón estaba con fiebre muy alta y le pidieron a Jesús que hiciera algo por ella. Jesús, de pie junto a ella, mandó con energía a la fiebre, y la fiebre desapareció. Ella se levantó enseguida y se puso a servirles.
Al meterse el sol, todos los que tenían enfermos se los llevaron a Jesús y él, imponiendo las manos sobre cada uno, los fue curando de sus enfermedades. De muchos de ellos salían también demonios que gritaban: “¡Tú eres el Hijo de Dios!” Pero él les ordenaba enérgicamente que se callaran, porque sabían que él era el Mesías.
Al día siguiente se fue a un lugar solitario y la gente lo andaba buscando. Cuando lo encontraron, quisieron retenerlo, para que no se alejara de ellos; pero él les dijo: “También tengo que anunciarles el Reino de Dios a las otras ciudades, pues para eso he sido enviado”. Y se fue a predicar en las sinagogas de Judea.

🕊️ Mi reflexión
Este evangelio nos enseña algo muy sencillo y a la vez profundo. La suegra de Pedro, en cuanto es sanada, no se queda disfrutando de su bienestar… ¡se levanta y se pone a servir! Así es la verdadera gratitud: cuando dejamos que Jesús toque nuestras “fiebres” —esas preocupaciones, heridas o miedos que nos tumban—, lo natural es levantarnos para dar vida a los demás.
También vemos cómo Jesús, después de un día agotador, se retira a orar. Nos recuerda que no basta con servir mucho: necesitamos ese tiempo de silencio para recargar el corazón en la presencia del Padre.
Y tú, ¿qué fiebres necesitas que Jesús sane hoy? ¿Te levantas con gratitud para servir, o te quedas encerrado en tus problemas? ¿Encuentras un rato de silencio y oración para dejar que el Señor te renueve?
Señor Jesús, entra en mi casa, toca mi vida y levántame de aquello que me paraliza. Que mi gratitud se note en el servicio y que nunca me falte el silencio contigo para seguir tu camino.
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