“En aquel tiempo, los fariseos y los escribas preguntaban a Jesús: ‘Los discípulos de Juan ayunan con frecuencia y oran, y los de los fariseos hacen lo mismo; pero los tuyos comen y beben.’
Jesús les respondió: ‘¿Acaso pueden hacer ayunar a los invitados de la boda mientras el esposo está con ellos? Llegarán días en que les quitarán al esposo; entonces, en esos días, ayunarán.’
Les dijo también esta parábola: ‘Nadie remienda un trozo de un vestido nuevo en uno viejo, porque el remiendo del nuevo romperá el viejo, y el remiendo no concordará con el vestido. Tampoco se echa vino nuevo en odres viejos, porque el vino nuevo reventará los odres y se derramará; el vino hay que echarlo en odres nuevos. Y nadie que ha bebido el vino añejo desea el nuevo, porque dice: “El añejo es mejor.”

🕊️Mi reflexión
Los fariseos, expertos en rituales y símbolos religiosos, cuestionan a Jesús no por malicia, sino desde una preocupación genuina por la “corrección” de la vida espiritual. Hay algo que no encaja: sus seguidores parecen más libres, menos formales. Eso despierta conciencia, curiosidad… y también incomodidad.
Jesús responde con ternura y sabiduría: “No se ayuna cuando el esposo está con ellos.” La presencia de Jesús ya es fiesta. No es momento de penitencia sino de gozo. La cercanía del Salvador transforma todo, no por obligación, sino por estar en comunión con Él.
El mensaje es claro: no podemos encerrar lo nuevo dentro de lo viejo. El vino nuevo —la vida en Cristo, los gestos renovadores, la misericordia que rompe moldes— necesita odres nuevos: corazones abiertos, estructuras flexibles, actitudes dispuestas a cambiar.
No solo lo espiritual: también lo relacional, lo afectivo, lo cotidiano. A veces seguimos aferrados a lo conocido “porque funciona”, aunque ya nos apriete. Jesús nos invita a salir, a renovar lo que está rígido, a transformar desde adentro.
Ahora, te invito a identificar lo “viejo” que ya no sirve —rutinas que apagan, memoria que ancla, “seguridad” que impide crecer.
Ábrete al vino nuevo —a gestos de apertura, perdón, alegría auténtica, generosidad inesperada.
Personaliza un cambio concreto —quizás una forma de compartir más, escuchar sin juicio, hacer algo por amor… sin esperar recompensa.
Un corazón rígido se cierra al cambio; uno renovado, acoge a Dios y a otros con frescura. No impongamos al Espíritu nuevas reglas: dejemos que nos reviente los odres viejos para poder contener su vino nuevo.
Señor Jesús,
danos un corazón dispuesto a renovarse contigo.
Que no tengamos miedo de dejar atrás lo que ya no da vida,
y que abramos nuestros odres al vino nuevo de tu amor.
Que tu presencia nos llene de alegría, gratitud y esperanza.
Amén.
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