Lectura del santo evangelio según san Lucas 9, 43-45 

En aquel tiempo, como todos comentaban, admirados, los prodigios que Jesús hacía, éste dijo a sus discípulos: “Presten mucha atención a lo que les voy a decir: El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres”.

Pero ellos no entendieron estas palabras, pues un velo les ocultaba su sentido y se las volvía incomprensibles. Y tenían miedo de preguntarle acerca de este asunto.

🕊️ Mi reflexión:

El evangelio de hoy nos presenta un contraste muy fuerte. La gente está admirada, impactada por los prodigios que Jesús hace: milagros, signos de poder, gestos que levantan corazones. Pero, en medio de esa admiración y entusiasmo, Jesús dirige a sus discípulos unas palabras que parecen romper la euforia: “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres.”

Aquí está la paradoja del Evangelio: detrás de la gloria se anuncia la cruz. Detrás de los milagros que asombran, aparece la fragilidad, el rechazo y la entrega total de Jesús. Los discípulos no lo comprenden porque esperaban un Mesías poderoso, un salvador que triunfara con fuerza humana. Su mente estaba preparada para la victoria, pero no para el misterio de la entrega.

Este pasaje revela algo muy profundo: el camino de Jesús no se entiende desde la lógica humana, sino desde el amor. El verdadero milagro no es solo curar enfermos o multiplicar panes; el milagro más grande es la entrega de su vida por amor a todos nosotros. Ahí está la mayor obra de Dios: en la cruz, que desde fuera parece derrota, pero es la victoria del amor que se dona hasta el extremo.

Nos dice San Lucas que “un velo les ocultaba su sentido”. ¡Qué actual es esto! Muchas veces también un velo cubre nuestro corazón: el velo de nuestras expectativas, de nuestro deseo de control, de querer que Dios actúe como nosotros pensamos. Queremos un Dios que haga prodigios visibles, que nos solucione los problemas, que nos evite la cruz. Y, sin darnos cuenta, ese velo nos impide ver la profundidad del misterio: que a veces Dios se manifiesta más en lo pequeño, en lo oculto, en lo que no entendemos de inmediato.

El miedo de los discípulos a preguntar también nos interpela. Ellos se quedaron callados, como paralizados. ¿Cuántas veces nosotros también evitamos preguntarle a Dios lo que no entendemos de nuestra vida? Nos cuesta mirar de frente el misterio del dolor, de la entrega, de la renuncia, y preferimos quedarnos en silencio. Pero Jesús no nos rechaza por nuestras dudas: nos invita a escucharle con el corazón abierto, aunque no comprendamos todo.

Hoy este evangelio nos invita a tres cosas muy concretas:

Aprender a ver más allá de los prodigios visibles. Lo más grande de Dios no siempre es lo espectacular; a veces es lo oculto, lo silencioso, lo que pasa inadvertido.

Aceptar que el camino de la fe pasa por la cruz. No para quedarnos en el sufrimiento, sino para descubrir que en la entrega hay vida nueva. La cruz no es final, es paso a la resurrección.

Quitar el velo de nuestros ojos. Pedir al Espíritu Santo que nos ayude a comprender el misterio de Jesús y a confiar en su voluntad, incluso cuando no entendemos lo que ocurre.

Que hoy podamos decirle al Señor: “Jesús, muchas veces no entiendo tus caminos, pero quiero confiar. Ayúdame a descubrir tu presencia en lo que me desconcierta, en lo que me cuesta aceptar, y dame la gracia de seguirte con fe, aunque no tenga todas las respuestas.”


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