En aquel tiempo, los setenta y dos discípulos regresaron llenos de alegría y le dijeron a Jesús: “Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre”.
Él les contestó: “Vi a Satanás caer del cielo como el rayo. A ustedes les he dado poder para aplastar serpientes y escorpiones y para vencer toda la fuerza del enemigo, y nada les podrá hacer daño. Pero no se alegren de que los demonios se les sometan. Alégrense más bien de que sus nombres están escritos en el cielo”.
En aquella misma hora, Jesús se llenó de júbilo en el Espíritu Santo y exclamó: “¡Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente sencilla! ¡Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien! Todo me lo ha entregado mi Padre y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”.
Volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte: “Dichosos los ojos que ven lo que ustedes ven. Porque yo les digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron, y oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron”.

🕊️ Mi reflexión:
“Alégrense porque sus nombres están escritos en el cielo”
1. El gozo del regreso
Los setenta y dos regresan “llenos de alegría”. Han visto frutos, milagros, liberaciones, y se sienten fuertes. Es la alegría del discípulo que experimenta el poder del nombre de Jesús.
Pero Jesús los invita a un paso más profundo: no se queden en la alegría del éxito espiritual, sino en la alegría de la salvación.
“No se alegren de que los demonios se les sometan, sino de que sus nombres estén escritos en el cielo.”
Jesús nos recuerda que el verdadero gozo no nace del poder, sino de la comunión. No se trata de lo que logramos por Él, sino de lo que somos en Él: hijos amados, salvados, llamados por nombre.
Tu valor no está en lo que haces en el retiro, ni en cuántas personas acompañas o cuánto brillas sirviendo. Tu valor está en que Dios te conoce, te ha llamado por tu nombre, y ha escrito tu historia en su corazón.
2. “Vi a Satanás caer como el rayo”
Jesús ve caer al mal. Es una imagen poderosa: el Reino de Dios está irrumpiendo en el mundo.
Cada vez que eliges el amor sobre la venganza, el perdón sobre el rencor, la fe sobre el miedo, el enemigo cae.
El mal se debilita cuando alguien vuelve su corazón hacia Dios.
En tu vida, esa victoria no siempre se verá con luces o prodigios, sino en la paz interior, en el paso silencioso de la gracia que sana tus heridas, restaura tus relaciones y renueva tu confianza.
3. El júbilo de Jesús
Este momento es único en los Evangelios: Jesús se llena de alegría en el Espíritu Santo.
Él mismo se estremece de gozo al ver la obra del Padre revelada a los sencillos.
Su oración brota de la admiración y del amor:
“¡Te doy gracias, Padre, porque has revelado estas cosas a los sencillos!”
El secreto del Reino no se revela a los sabios, ni a los autosuficientes, sino a los corazones humildes, abiertos, pequeños —como los discípulos que simplemente confían.
Esa es la clave del Emaús interior: dejar que el corazón arda, no por lo que entiendes, sino por lo que amas.
Jesús se alegra de verte en el camino, sirviendo, escuchando, dejando que el Espíritu te transforme. Él se goza en ti, porque has dicho “sí” desde la sencillez.
4. “Dichosos los ojos que ven lo que ustedes ven”
Jesús se vuelve a sus discípulos y les dice algo íntimo: “Dichosos los ojos que ven lo que ustedes ven.”
Muchos profetas y reyes desearon ver lo que ellos presenciaban: el rostro de Dios hecho ternura, cercanía y compasión.
Hoy, también tú ves algo que otros anhelaron ver:
Ves a Cristo vivo en los hermanos que sirven contigo. Lo ves en las lágrimas y las sonrisas del retiro. Lo ves en los momentos de silencio, cuando tu corazón se siente habitado por la paz.
Esa presencia de Jesús que arde y transforma, eso es el milagro.
Dichosos tus ojos si aprendes a reconocerlo ahí.
5. Transformación para el camino
Este evangelio te invita a vivir una alegría más pura, más honda, más estable:
no la alegría del resultado, sino la del amor recibido.
Cuando tu alegría nace de saberse amado por Dios, nada ni nadie puede quitártela.
Esa es la libertad del discípulo: saber que tu nombre está grabado en el corazón del Padre.
Oración
Señor Jesús, enséñame a alegrarme como Tú te alegraste:
no por los triunfos visibles, sino por la certeza de ser amado por el Padre.
Que mi gozo esté en servir con humildad, en reconocer tu poder en mi debilidad,
y en vivir como hijo que confía plenamente en Ti.
Que mi mirada sea sencilla, mis palabras sean semillas de paz,
y mi corazón, un hogar donde Tú te regocijes.
Gracias, Jesús, porque me has permitido ver lo que muchos desearon ver:
tu presencia viva en mi historia.
Amén. 🕊️💗
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