Lectura del santo evangelio según san Lucas 11, 5-13

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Supongan que alguno de ustedes tiene un amigo que viene a medianoche a decirle: ‘Préstame, por favor, tres panes, pues un amigo mío ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle’. Pero él le responde desde dentro: ‘No me molestes. No puedo levantarme a dártelos, porque la puerta ya está cerrada y mis hijos y yo estamos acostados’. Si el otro sigue tocando, yo les aseguro que, aunque no se levante a dárselos por ser su amigo, sin embargo, por su molesta insistencia, sí se levantará y le dará cuanto necesite.

Así también les digo a ustedes: Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, toquen y se les abrirá. Porque quien pide, recibe; quien busca, encuentra y al que toca, se le abre. ¿Habrá entre ustedes algún padre que, cuando su hijo le pida pan, le dé una piedra? ¿O cuando le pida pescado, le dé una víbora? ¿O cuando le pida huevo, le dé un alacrán?

Pues, si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¿cuánto más el Padre celestial les dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan?”

🕊️ Mi reflexión:

El Evangelio de hoy nos lleva a mirar el misterio de la oración desde el corazón mismo de Jesús. Él no nos enseña una técnica ni una fórmula, sino un modo de relacionarnos con el Padre: con confianza, con perseverancia y con fe filial.

Jesús nos presenta la imagen de un amigo que llega a medianoche. No es una hora cómoda, no es el momento “adecuado”, pero es el momento real: la vida muchas veces nos lleva a tocar puertas en plena oscuridad, cuando todo parece cerrado, cuando nadie responde.

Y es precisamente ahí —en la medianoche del alma— donde Jesús nos dice: “Sigue tocando”.

La insistencia no es capricho, es fe en movimiento. No insistimos porque Dios sea sordo o indiferente; insistimos porque la oración perseverante nos transforma a nosotros.

Cada vez que volvemos a llamar, el corazón se vuelve más humilde, más paciente, más consciente de su dependencia.

La oración insistente no cambia a Dios: nos cambia a nosotros, nos ensancha el alma para poder recibir lo que Él ya deseaba darnos desde siempre.

Jesús revela el rostro del Padre que no se irrita ante nuestra insistencia, sino que se alegra de ella.

Porque sólo quien ama de verdad insiste; sólo quien confía, espera.

Y aunque parezca que la puerta sigue cerrada, Dios siempre está obrando en lo oculto.

A veces la demora divina no es negativa: es un tiempo de gestación, un espacio donde el alma aprende a esperar, donde la fe madura.

Jesús continúa con una comparación que toca el corazón:

“¿Qué padre, si su hijo le pide pan, le dará una piedra?”

Con esas palabras, nos invita a revisar la imagen que tenemos de Dios.

Muchos oramos como si habláramos con un juez severo o un poder lejano; Jesús, en cambio, nos revela a un Padre que sólo sabe dar cosas buenas, incluso cuando nosotros no entendemos su manera de dar.

A veces pedimos pan y parece que recibimos una piedra; pero quizá esa piedra es el terreno firme sobre el que Dios quiere que aprendamos a construir.

A veces pedimos consuelo, y recibimos silencio; pero ese silencio es el espacio donde su Espíritu susurra de otro modo.

El regalo mayor, dice Jesús, no son los panes ni los peces, sino el Espíritu Santo mismo.

Porque cuando tenemos al Espíritu, lo tenemos todo: la fuerza en la debilidad, la paz en medio de la tormenta, la luz que no se apaga aunque todo alrededor sea noche.

El Espíritu es el pan que alimenta el alma, el aire que renueva, el agua que limpia la mirada.

Y ese don, Dios lo da sin medida a quien se lo pide con corazón sincero.

Por eso, este evangelio no es sólo una invitación a orar más; es una llamada a orar mejor:

no desde la ansiedad de quien quiere controlar el resultado, sino desde la confianza de quien se sabe amado.

Orar no es convencer a Dios, es dejarse convencer por su amor.

No es obtener algo, es entrar en relación.

Y cuando la oración se vuelve encuentro, ya hemos recibido más de lo que pedíamos.

Hoy, Jesús nos repite:

“Pide, busca, llama.”

Hazlo aunque estés cansado, aunque te parezca inútil, aunque no sientas nada.

Porque Dios no se deja ganar en fidelidad: Él siempre escucha, y aunque no siempre responde como queremos, siempre responde como necesitamos.

Señor, enséñame a orar con corazón de hijo, a pedir sin miedo, a buscar sin cansarme, a tocar las puertas del cielo con confianza. Cuando me parezca que no respondes, recuérdame que estás obrando en silencio. Dame el Espíritu Santo, ese Pan que sacia todo hambre, esa Luz que no se apaga nunca. Amén.


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