Lectura del santo evangelio según san Lucas 11, 15-26 

En aquel tiempo, cuando Jesús expulsó a un demonio, algunos dijeron: “Éste expulsa a los demonios con el poder de Satanás, el príncipe de los demonios”. Otros, para ponerlo a prueba, le pedían una señal milagrosa.

Pero Jesús, que conocía sus malas intenciones, les dijo: ‘’Todo reino dividido por luchas internas va a la ruina y se derrumba casa por casa. Si Satanás también está dividido contra sí mismo, ¿cómo mantendrá su reino? Ustedes dicen que yo arrojo a los demonios con el poder de Satanás. Entonces, ¿con el poder de quién los arrojan los hijos de ustedes? Por eso, ellos mismos serán sus jueces. Pero si yo arrojo a los demonios por el poder de Dios, eso significa que ha llegado a ustedes el Reino de Dios.

Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros; pero si otro más fuerte lo asalta y lo vence, entonces le quita las armas en que confiaba y después dispone de sus bienes. El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama.

Cuando el espíritu inmundo sale de un hombre, anda vagando por lugares áridos, en busca de reposo, y al no hallarlo, dice: ‘Volveré a mi casa, de donde salí’. Y al llegar, la encuentra barrida y arreglada. Entonces va por otros siete espíritus peores que él y vienen a instalarse allí, y así la situación final de aquel hombre resulta peor que la de antes”.

🕊️ Mi reflexión

El mal no siempre golpea con violencia.

A veces entra como brisa silenciosa, como sombra elegante que se esconde entre lo cotidiano, disfrazada de calma, de seguridad, de normalidad.

El corazón vacío, aunque ordenado, es terreno fértil para su regreso; y cuando lo hace, puede volver acompañado de sombras más densas que antes.

Jesús nos recuerda que no hay neutralidad: quien no está con Él, está contra Él.

Cada pensamiento, cada palabra, cada acto de amor o de omisión es terreno de lucha entre la luz y la oscuridad.

El hombre fuerte de su parábola nos enseña que Dios siempre es más fuerte: Él asalta nuestras fortalezas para liberar lo que estaba cautivo, para transformar nuestras armas de ego en herramientas de gracia.

Pero la liberación no es automática.

Se requiere vigilancia, examen de conciencia, oración constante.

El Papa nos habla de “los demonios educados”: aquellos engaños suaves, disfrazados de bondad o prudencia, que se infiltran cuando menos lo esperamos.

Solo la práctica diaria de mirar dentro de nosotros, de reconocer nuestras sombras, permite que la luz de Dios habite la casa de nuestro corazón y que no quede espacio para que el mal se instale nuevamente.

El mal es paciente; Dios es persistente.

El Reino de Dios llega cuando abrimos la puerta, no por miedo, sino por amor y decisión consciente.

Cada día, con cada gesto de cariño, con cada elección de verdad y humildad, construimos un hogar seguro para Dios y un mundo más luminoso.

Que nuestra vida no sea solo orden y limpieza, sino habitación viva de Dios, donde su luz habite y su amor se irradie.

Que, al terminar cada día, podamos mirar dentro y decir: “Aquí, Señor, estás Tú; aquí se queda la luz; aquí no entra la sombra”.

El principio es simple: el mal silencioso se fortalece en la oscuridad de la inconsciencia; la luz de la atención y la bondad lo debilita.


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