Evangelio del Día – Viernes, 18 de abril de 2025

📖 Pasión de nuestro Señor Jesucristo según San Juan (18,1–19,42)

En aquel tiempo, Jesús salió con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus discípulos. Judas, el traidor, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos. Entonces Judas tomó un batallón de soldados y guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos y entró en el huerto con linternas, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que iba a suceder, se adelantó y les dijo:​Vatican News

«¿A quién buscáis?».

Le contestaron:

«A Jesús, el Nazareno».

Les dijo Jesús:

«Yo soy».

Judas, el traidor, estaba con ellos. Cuando Jesús les dijo: “Yo soy”, retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó de nuevo:

«¿A quién buscáis?».

Ellos dijeron:

«A Jesús, el Nazareno».

Jesús contestó:

«Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad marchar a estos».

Así se cumplió lo que había dicho: “No he perdido a ninguno de los que me diste”.

Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al siervo del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. El siervo se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro:

«Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado el Padre, ¿no lo voy a beber?».

Entonces la cohorte, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año. Caifás era el que había aconsejado a los judíos: “Conviene que muera un solo hombre por el pueblo”.

Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera, junto a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló con la portera e hizo entrar a Pedro. La criada portera dijo entonces a Pedro:

«¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?».

Él dijo:

«No lo soy».

Los siervos y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos, de pie, calentándose.

El sumo sacerdote interrogó a Jesús sobre sus discípulos y su doctrina. Jesús le respondió:

«Yo he hablado abiertamente al mundo. Yo siempre he enseñado en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada en secreto. ¿Por qué me preguntas a mí? Pregunta a los que me han oído, qué les he hablado; ellos saben lo que he dicho».

Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí dio una bofetada a Jesús, diciendo:

«¿Así respondes al sumo sacerdote?».

Jesús respondió:

«Si he hablado mal, muestra en qué está el mal; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?».

Entonces Anás lo envió atado a Caifás, sumo sacerdote.

Simón Pedro estaba de pie, calentándose, y le dijeron:

«¿No eres tú también de sus discípulos?».

Él lo negó y dijo:

«No lo soy».

Uno de los siervos del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja, dijo:

«¿No te vi yo en el huerto con él?».

Pedro volvió a negar, y enseguida cantó un gallo.

Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era de madrugada, y ellos no entraron en el pretorio para no contaminarse y poder así comer la Pascua. Salió entonces Pilato a donde estaban ellos y dijo:

«¿Qué acusación presentáis contra este hombre?».

Le contestaron:

«Si este no fuera un malhechor, no te lo entregaríamos».

Pilato les dijo:

«Lleváoslo vosotros y juzgadlo según vuestra ley».

Los judíos le dijeron:

«No estamos autorizados para dar muerte a nadie».

Así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir.

Entró de nuevo Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo:

«¿Eres tú el Rey de los judíos?».

Jesús le contestó:

«¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?».

Pilato replicó:

«¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?».

Jesús le contestó:

«Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mis servidores lucharían para que no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí».

Pilato le dijo:

«Entonces, ¿tú eres rey?».

Jesús le contestó:

«Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz».

Pilato le dijo:

«¿Y qué es la verdad?».

Dicho esto, salió otra vez a donde estaban los judíos y les dijo:

«Yo no encuentro en él ningún delito. Pero es costumbre entre vosotros que por Pascua os suelte a uno. ¿Queréis que os suelte al Rey de los judíos?».

Volvieron a gritar:

«A ese no, a Barrabás».

El tal Barrabás era un bandido.

Entonces Pilato tomó a Jesús y mandó azotarlo. Los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le vistieron con un manto de púrpura. Y acercándose a él, le decían:

«¡Salve, Rey de los judíos!».

Y le daban bofetadas.

Pilato salió otra vez fuera y les dijo:

«Mirad, os lo saco fuera para que sepáis que no encuentro en él ningún delito».

Y salió Jesús fuera, llevando la corona de espinas y el manto de púrpura. Pilato les dijo:

«He aquí al hombre».

Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron:

«¡Crucifícalo, crucifícalo!».

Pilato les dijo:

«Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro delito en él».

Los judíos le contestaron:

«Nosotros tenemos una ley, y según esa ley debe morir, porque se ha hecho Hijo de Dios».

Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más. Entró de nuevo en el pretorio y dijo a Jesús:

«¿De dónde eres tú?».

Pero Jesús no le dio respuesta. Pilato le dijo:

«¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?».

Jesús le contestó:

«No tendrías ninguna autoridad sobre mí si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso, el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor».

Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban:

«Si sueltas a ese, no eres amigo del César. Todo el que se hace rey está contra el César».

Pilato, al oír estas palabras, sacó fuera a Jesús y se sentó en el tribunal, en el lugar llamado “el Enlosado”, en hebreo “Gábata”. Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía. Y dijo Pilato a los judíos:

«He aquí a vuestro Rey».

Ellos gritaron:

«¡Fuera, fuera, crucifícalo!».

Pilato les dijo:

«¿A vuestro Rey voy a crucificar?».

Contestaron los sumos sacerdotes:

«No tenemos más rey que el César».

Entonces se lo entregó para que lo crucificaran.

Tomaron a Jesús, y cargando él mismo con la cruz, salió al sitio llamado “de la Calavera”, que en hebreo se dice “Gólgota”, donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y Jesús en medio.

Pilato mandó escribir un letrero y ponerlo sobre la cruz; en él estaba escrito: “Jesús el Nazareno, el Rey de los judíos”. Muchos judíos leyeron este letrero, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús, y estaba escrito en hebreo, latín y griego.

Entonces los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato:

«No escribas: “El Rey de los judíos”, sino: “Este ha dicho: Soy el Rey de los judíos”».

Pilato respondió:

«Lo escrito, escrito está».

Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron:

«No la rasguemos, sino echemos a suertes a ver a quién le toca».

Así se cumplió la Escritura: “Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica”. Esto hicieron los soldados.

Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María la de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo que tanto quería, dijo a su madre:

«Mujer, ahí tienes a tu hijo».

Luego dijo al discípulo:

«Ahí tienes a tu madre».

Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa.

Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura, dijo:

«Tengo sed».

Había allí un jarro lleno de vinagre. Sujetaron una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo y se la acercaron a la boca.

Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo:

«Todo está cumplido».

E inclinando la cabeza, entregó el espíritu.

(Aquí se hace una pausa para adoración y silencio)

Los judíos, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado (porque aquel sábado era un día grande), pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y los quitaran.

Fueron los soldados, quebraron las piernas al primero y luego al otro que había sido crucificado con él. Pero al llegar a Jesús, al ver que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le traspasó el costado con una lanza, y al instante salió sangre y agua.

El que lo vio da testimonio —y su testimonio es verdadero— y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: “No le quebrarán un hueso”. Y también otro pasaje dice: “Mirarán al que traspasaron”.

Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque oculto por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mezcla de mirra y áloe. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en lienzos con aromas, según se acostumbra enterrar entre los judíos.

Había un huerto en el lugar donde lo crucificaron, y en el huerto un sepulcro nuevo, donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.

🔹 Palabra del Señor
✝️ Gloria a ti, Señor Jesús

Todo está cumplido
🔥 Reflexión: “La cruz no fue el final” 🔥

Hoy, el mundo parece detenerse. Las campanas callan. El altar se desnuda. Y nuestros corazones se sumergen en la Pasión del Señor.

La cruz no es solo un símbolo de dolor: es la manifestación más grande del amor de Dios. Cristo, sin pecado, acepta el sufrimiento, el desprecio, la humillación… por ti, por mí, por todos. Lo entrega todo, sin condiciones, sin rencor.

A veces nos preguntamos dónde está Dios cuando sufrimos. Hoy la respuesta está clara: está en la cruz. Sufriendo con nosotros. Amando hasta el extremo.

Jesús no nos salvó desde un trono, sino desde una cruz. Y con su “Todo está cumplido”, nos abrió las puertas de la Vida.


Examen de conciencia:

🛑 ¿Contemplo con gratitud el sacrificio de Jesús o lo paso por alto como si fuera algo lejano?
🛑 ¿Me avergüenzo de la cruz o la abrazo como camino de redención?
🛑 ¿Soy capaz de perdonar como Cristo, incluso cuando me han herido profundamente?


Oración:

Señor Jesús, al contemplarte crucificado, mi alma se estremece. Tu entrega me desarma. Tu amor me transforma. Que tu cruz me acompañe en cada paso, y que nunca olvide que fuiste tú quien pagó mi deuda con tu sangre. Enséñame a amar como tú, hasta el final. Amén.


Desafío:

✅ Hoy guarda silencio durante algunos momentos del día. Acompaña espiritualmente a Jesús en su Pasión. Si puedes, reza el Vía Crucis o contempla una cruz en silencio. Que ese gesto sea tu homenaje de amor.

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