Evangelio según San Juan 17, 1-11

En aquel tiempo, levantando los ojos al cielo, Jesús dijo:

«Padre, ha llegado la hora.

Glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti; y por el poder que tú le diste sobre toda carne, dé la vida eterna a todos los que le has dado.

Ésta es la vida eterna:

que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo.

Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste.

Ahora, Padre, glorifícame tú junto a ti, con la gloria que yo tenía contigo antes de que el mundo existiera.

He manifestado tu nombre a los que me diste de entre el mundo.

Tuyos eran, y tú me los diste, y han guardado tu palabra.

Ahora saben que todo lo que me has dado viene de ti, porque las palabras que tú me diste se las he dado, y ellos las han recibido y han reconocido verdaderamente que salí de ti, y han creído que tú me has enviado.

Te ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste, porque son tuyos.

Todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y en ellos he sido glorificado.

Ya no estoy en el mundo, pero ellos están en el mundo, mientras yo voy a ti.»

✝️ Palabra del Señor

🙏 Gloria a ti Señor Jesús

🕊️ Mi Reflexión: “Padre, estoy aquí”

Hoy me detengo. Me quedo en silencio y cierro los ojos. Y trato de imaginar a Jesús… con los ojos al cielo, hablando con el Padre. Pero no como si estuviera lejos, sino como un Hijo que ha amado hasta el extremo, que ha entregado todo, y ahora vuelve a casa con las manos llenas de nombres… nuestros nombres.

Y me doy cuenta: este Evangelio no es solo una oración de Jesús. Es su testamento espiritual. Es su última voluntad antes de entregar su vida. Y en ese momento tan íntimo, tan solemne, me incluye a mí.

Me emociona imaginar que, antes de su Pasión, Jesús pensó en mí.

No pidió cosas materiales, no se quejó, no huyó del dolor.

Pidió por mí. Le habló al Padre de mí.

Dijo: “José Manuel es tuyo, Padre. Me lo diste. Y yo le he dado tu palabra. Y él ha creído. No lo dejes solo”.

Y entonces, algo dentro de mí se rompe.

Porque a veces me siento tan perdido…

Con cargas que me superan, con heridas que no cicatrizan, con relaciones que no sé manejar…

Y sin embargo, Jesús no me ve como yo me veo.

Él no ve mi fragilidad como algo que descalifica.

Ve mi fe, aunque pequeña.

Ve mi corazón que aún late por Él.

Ve mi deseo de seguir, de levantarme, de amar.

Hoy me doy cuenta: Jesús me ha confiado al Padre.

Me ha puesto en su regazo.

Y me ha dejado una misión: vivir glorificándolo en esta tierra.

¿Y cómo se glorifica a Dios en esta tierra? No con éxitos, ni títulos, ni perfección…

Sino amando como Él amó.

Perdonando.

Persistiendo.

Siendo fiel cuando todo invita a rendirse.

Confiando cuando todo se oscurece.

Jesús dice: “La vida eterna es que te conozcan a ti, Padre”.

Y yo… ¿cuánto te conozco realmente?

A veces rezo sin escucharte.

A veces sirvo sin mirar al cielo.

A veces hago cosas por ti, pero no contigo.

Hoy quiero volver.

No a hacer más, sino a estar contigo.

Como Jesús estuvo.

A levantar los ojos al cielo en medio de mi lucha y decir:

“Padre, estoy aquí. Tu hijo está aquí. No tengo mucho, pero me tienes a mí”.

Y te pido algo, Señor.

Glorifícame tú con tu presencia.

No con éxito, ni con aplausos, ni siquiera con respuestas claras…

Sino con la certeza de que tú estás conmigo.

De que no camino solo.

De que mi historia no es un error, sino una misión.

Jesús me ha encomendado al Padre.

Y el Padre nunca suelta lo que el Hijo le confía.

Eso me basta.

Eso me sostiene.


Descubre más desde

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio

Descubre más desde

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo