En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Cuidado con los falsos profetas. Se acercan a ustedes disfrazados de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conocerán. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los cardos?
Todo árbol bueno da frutos buenos y el árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos y un árbol malo no puede producir frutos buenos. Todo árbol que no produce frutos buenos es cortado y arrojado al fuego. Así que por sus frutos los conocerán”.

🕊️ Mi Reflexión: “Por sus frutos los conocerán”
Jesús, con la ternura del buen pastor y la firmeza del Maestro que ama de verdad, nos advierte hoy sobre una realidad espiritual que no podemos ignorar: los falsos profetas. Aquellos que aparentan santidad, que hablan como si fueran enviados de Dios, pero que en su interior esconden orgullo, intereses personales o manipulación. Visten piel de oveja, pero su corazón no conoce al Buen Pastor.
Sin embargo, el Señor no nos deja en la duda. Nos da un criterio claro, puro, infalible: “Por sus frutos los conocerán”.
¿Qué frutos vemos en quienes nos rodean? ¿Qué frutos damos nosotros?
Frutos de paz, humildad, justicia, ternura, servicio, perdón, oración, verdad… o frutos de crítica, egoísmo, vanagloria, división, dureza de corazón.
Jesús no nos llama a ser jueces de los demás, sino discernir la verdad y ser testigos de la autenticidad. El árbol no se define por su aspecto exterior, sino por su fruto. Y lo mismo pasa con nuestra fe: no basta con aparentar ser cristianos, necesitamos vivir como discípulos verdaderos.
El árbol bueno da fruto porque está arraigado en la tierra del Evangelio, nutrido por la savia del Espíritu, podado por la humildad y regado con oración constante.
El árbol malo, en cambio, tiene apariencia de vida, pero está seco por dentro; no ha dejado que Dios lo transforme.
Hoy Jesús nos invita a observar nuestro propio árbol. No con miedo, sino con amor. Él quiere ayudarnos a cortar lo que no da fruto, a sanar lo que está enfermo, a cultivar lo que aún puede florecer.
Si tu vida da frutos del Espíritu, persevera.
Si no, ¡no tengas miedo! Dios no se cansa de sembrar de nuevo en tu alma.
Que cada palabra tuya sea semilla de consuelo.
Que cada gesto tuyo sea fruto de compasión.
Que cada decisión tuya esté inspirada por el Evangelio.
Así, cuando otros te vean, no verán hojas vacías, sino la dulzura del fruto que sólo puede venir de un alma que ha sido tocada por Dios.
José Manuel
Descubre más desde
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.