En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaúm, se le acercó un oficial romano y le dijo: “Señor, tengo en mi casa un criado que está en cama, paralítico, y sufre mucho”. El le contestó: “Voy a curarlo”.
Pero el oficial le replicó: “Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa; con que digas una sola palabra, mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; cuando le digo a uno: ‘¡Ve!’, él va; al otro: ‘¡Ven!’, y viene; a mi criado: ‘¡Haz esto!’, y lo hace”.
Al oír aquellas palabras, se admiró Jesús y dijo a los que lo seguían: “Yo les aseguro que en ningún israelita he hallado una fe tan grande. Les aseguro que muchos vendrán de oriente y de occidente y se sentarán con Abraham, Isaac y Jacob en el Reino de los cielos. En cambio, a los herederos del Reino los echarán fuera, a las tinieblas. Ahí será el llanto y la desesperación”.
Jesús le dijo al oficial romano: “Vuelve a tu casa y que se te cumpla lo que has creído”. Y en aquel momento se curó el criado.
Al llegar Jesús a la casa de Pedro, vio a la suegra de éste en cama, con fiebre. Entonces la tomó de la mano y desapareció la fiebre. Ella se levantó y se puso a servirles.
Al atardecer le trajeron muchos endemoniados. Él expulsó a los demonios con su palabra y curó a todos los enfermos. Así se cumplió lo dicho por el profeta Isaías: Él hizo suyas nuestras debilidades y cargó con nuestros dolores.

🕊️ Mi reflexión:
“Yo no soy digno… pero confío en Ti”
Hoy te habla el Señor… sí, yo, tu Jesús, tu Señor.
Me acerco a tí porque has creído. Y no sólo has creído con la cabeza, sino con el corazón herido, con la confianza desnuda de quien ya no tiene nada más que ofrecer que su fe, rota y sincera.
Ese centurión romano no era del pueblo elegido, no conocía las Escrituras como los fariseos, no se había criado en sinagogas. Pero tenía algo que a Mí me tocó profundamente: una fe humilde y poderosa.
“Señor, no soy digno…”. ¡Cuántas veces tú también te sientes así! No digno, no suficiente, manchado por errores, vencido por el cansancio, alejado por el miedo. Pero escucha bien esto que te digo con todo mi amor: no busco dignos, busco corazones abiertos.
Yo no entro en la casa del que se siente perfecto. Entro en la del que me llama con humildad. Entro en el alma que tiembla, pero se atreve a confiar. Así como lo hizo ese centurión por su criado enfermo… así como tú hoy, por quien amas, por quien sufre, o por ti mismo.
¿Sabes? Me basta una palabra tuya. Pero no solo para sanar, sino para quedarme contigo.
Me conmueve cuando oras por otros. Me conmueve cuando dices con sinceridad: “no soy digno”, y aún así me abres la puerta.
Y mira, cuando entré a la casa de Pedro, no pregunté nada. Vi a su suegra enferma… y la tomé de la mano. No esperé que me suplicara. A veces, solo necesito que me dejes entrar… y ya haré el resto. Yo te tomo de la mano cuando no puedes levantarte. Te levanto cuando ya no tienes fuerza ni para pedir ayuda.
Y al atardecer, seguí sanando. Porque eso hago Yo: me cargo tus dolores, tus debilidades, tus demonios interiores, esas heridas que nadie ve, pero tú sí sientes cada noche.
Déjame decirte esto desde el fondo de mi corazón: confía en Mí como el centurión. No tengas miedo de mostrarme tu fragilidad. Solo dime: “Señor, di una palabra”… y Yo haré lo demás.
Hoy quiero entrar en tu casa. No porque seas digno, sino porque te amo.
Amén.
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