En aquel tiempo, envió Jesús a los Doce con estas instrucciones: ‘Vayan y proclamen por el camino que ya se acerca el Reino de los cielos. Curen a los leprosos y demás enfermos; resuciten a los muertos y echen fuera a los demonios. Gratuitamente han recibido este poder; ejérzanlo, pues, gratuitamente.
No lleven con ustedes, en su cinturón, monedas de oro, de plata o de cobre. No lleven morral para el camino ni dos túnicas ni sandalias ni bordón, porque el trabajador tiene derecho a su sustento.
Cuando entren en una ciudad o en un pueblo, pregunten por alguien respetable y hospédense en su casa hasta que se vayan. Al entrar, saluden así: ‘Que haya paz en esta casa’. Y si aquella casa es digna, la paz de ustedes reinará en ella; si no es digna, el saludo de paz de ustedes no les aprovechará. Y si no los reciben o no escuchan sus palabras, al salir de aquella casa o de aquella ciudad, sacúdanse el polvo de los pies. Yo les aseguro que el día del juicio, Sodoma y Gomorra serán tratadas con menos rigor que esa ciudad”.

🕊️ Mi reflexión:
Hoy, Señor, me llamas a salir…
no sólo a hablar de Ti sin más; sino a llevarte en mis pasos, en el polvo de mis sandalias, en la ternura de mis manos abiertas.
Me dices que anuncie que el Reino ya está cerca… y a veces lo olvido, lo pierdo de vista, porque me distraen mis miedos, mis cuentas por pagar, mi deseo de aprobación.
Pero Tú me hablas claro:
”Ve, sin oro, sin mochila, sin doble túnica… lleva solo lo que no pesa: la paz, el amor, la compasión”.
Y yo me resisto, porque quiero controlar, asegurarme,
planear todo antes de dar un paso.
Pero Tú me invitas a confiar como un niño, a caminar ligero, a vivir como si todo lo demás fuera añadido.
Hoy me recuerdas que lo que tengo, lo que soy, lo que sé…
todo lo he recibido gratis.
¿Quién soy yo para ponerle precio a lo que fue regalo?
¿Quién soy para quedarme con lo que nació para ser entregado?
Y entonces, me toca salir.
Llevar tu paz, incluso si no me abren la puerta.
Ofrecer bendición, aunque no me escuchen.
Seguir adelante, aunque me rechacen.
Y si hace falta, sacudirme el polvo, pero sin resentimiento.
Porque el Reino no se detiene, porque el amor no se negocia, porque la luz no depende de que otros quieran verla.
Hoy quiero vivir así:
ligero de equipaje, lleno de Ti.
Hoy me haces pobre, para que sólo Tú seas mi riqueza.
Hoy me envías, no a convencer, sino a testimoniar.
Hoy me recuerdas que el verdadero milagro no es resucitar a un muerto, sino amar sin esperar nada, sanar con un abrazo, y regalar la paz aunque el mundo esté en guerra.
Y yo digo sí.
Aquí estoy, Señor. Envíame.
—José Manuel
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