En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los discípulos y le preguntaron: “¿Por qué les hablas en parábolas?”. Él les contestó: “A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del Reino de los Cielos y a ellos no. Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender.
Así se cumplirá en ellos la profecía de Isaías:
‘Oiréis con los oídos sin entender;
miraréis con los ojos sin ver;
porque está embotado el corazón de este pueblo,
son duros de oído, han cerrado los ojos;
para no ver con los ojos, ni oír con los oídos,
ni entender con el corazón,
ni convertirse para que yo los cure.’
¡Dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron”.

Reflexión personal
El evangelio de hoy nos invita a una profunda introspección sobre la disposición de nuestro corazón. Jesús nos dice que a algunos se les ha “concedido conocer los secretos del Reino de los Cielos”, mientras que a otros no, y esto se relaciona directamente con la capacidad de ver, oír y comprender con el corazón.
Es fácil sentirnos “dichosos” al pensar que somos parte de aquellos a quienes se les ha concedido ver y oír. Pero la pregunta clave es: ¿realmente lo estamos haciendo? ¿Estamos abriendo nuestros ojos y oídos no solo a la Palabra de Dios, sino también a la realidad que nos rodea, buscando la presencia de Dios en lo cotidiano y en las personas?
A veces, el ruido del mundo, las preocupaciones, el cansancio o incluso las decepciones pueden endurecer nuestro corazón. Nos volvemos “duros de oído” o cerramos los ojos a lo que el Señor quiere revelarnos. Las parábolas de Jesús, en su sencillez, no buscan ocultar la verdad, sino más bien invitar a una conversión profunda. Nos interpelan, nos empujan a ir más allá de la superficie y a buscar el significado más allá de las palabras.
Pienso en la seriedad de las palabras de Jesús: “al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene”. Esto no es un castigo, sino una realidad espiritual. Si no cultivamos la gracia que se nos da, si no aprovechamos la oportunidad de escuchar y comprender, esa capacidad de percibir lo divino se atrofia. Por el contrario, si nos abrimos, si nos esforzamos por entender, aun cuando nos cueste, la gracia de Dios nos inunda y nos “sobrará”.
Este evangelio me invita a examinar mi propia disposición. ¿Estoy realmente atento a la voz de Dios en mi vida? ¿Permito que su palabra, aunque a veces me resulte desconcertante, me transforme? La oración humilde, incluso cuando no entendemos del todo, es un camino para mantener el corazón abierto. Es un acto de confianza en que, aunque la comprensión plena no llegue de inmediato, la semilla de la Palabra está sembrándose en tierra fértil.
Hoy, la invitación es a pedir al Espíritu Santo que ablande nuestro corazón, que nos dé la gracia de ver con los ojos del alma y de oír con el corazón, para que la Palabra de Jesús no sea solo un texto antiguo, sino una luz viva que guíe nuestro camino y nos impulse a la conversión.
¿Qué te sugiere a ti este pasaje del evangelio? ¿Hay algo en particular que te invite a la reflexión?
Descubre más desde
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.