En aquel tiempo, cuando Jesús vio que Natanael se acercaba, dijo: “Éste es un verdadero israelita en el que no hay doblez”. Natanael le preguntó: “¿De dónde me conoces?” Jesús le respondió: “Antes de que Felipe te llamara, te vi cuando estabas debajo de la higuera”. Respondió Natanael: “Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el rey de Israel”. Jesús le contestó: “Tú crees, porque te he dicho que te vi debajo de la higuera. Mayores cosas has de ver”. Después añadió: “Yo les aseguro que verán el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre”.

🕊️ Mi reflexión:
Jesús mira a Natanael y lo reconoce como alguien “sin doblez”, auténtico. Esa es la primera revolución de este evangelio: Dios no se impresiona por nuestras apariencias ni por nuestras palabras, sino por la verdad de nuestro corazón. Natanael no era perfecto, pero era transparente. Y esa transparencia abre la puerta al encuentro con Cristo.
Jesús le revela: “Antes de que Felipe te llamara, te vi”. En otras palabras: ya te conocía, ya te miraba, ya te esperaba. Aquí está lo radical: la fe no empieza en nuestra búsqueda de Dios, sino en la mirada de Dios que ya nos había encontrado. Antes de que tú pienses en Él, Él ya pensó en ti. Antes de que lo busques, Él ya te había mirado debajo de tu “higuera”, es decir, en lo escondido de tu vida, en tu intimidad, en lo que nadie ve.
La respuesta de Natanael es desbordante: “Tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel”. Reconocer a Cristo no es un acto intelectual, es un estallido del corazón cuando uno descubre que ha sido conocido y amado desde siempre.
Pero Jesús le promete aún más: “Mayores cosas has de ver”. Lo que Natanael experimentó es solo el inicio. La fe no se agota en un primer encuentro; se abre hacia lo infinito: ver el cielo abierto, ver a los ángeles subir y bajar sobre el Hijo del Hombre. Es decir: en Jesús, el cielo y la tierra se tocan, lo divino y lo humano se abrazan.
La radicalidad de este Evangelio es clara:
No se trata de acumular méritos para alcanzar a Dios, sino de dejarse encontrar por su mirada. No se trata de ser perfectos, sino de ser verdaderos, sin doblez. No se trata de quedarnos en la emoción del primer encuentro, sino de abrirnos a “cosas mayores”, a una vida donde el cielo se hace presente en medio de lo cotidiano.
Hoy, este pasaje nos invita a vivir sin máscaras, sin doblez, sin miedo a ser vistos por Dios tal como somos. Él ya nos vio bajo nuestra higuera secreta y, aun así, nos llama. Y si le decimos “sí”, veremos el cielo abierto en nuestra historia.
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