Lectura del santo evangelio según san Lucas 10, 13-16

En aquel tiempo, Jesús dijo: “¡Ay de ti, ciudad de Corozaín! ¡Ay de ti, ciudad de Betsaida! Porque si en las ciudades de Tiro y de Sidón se hubieran realizado los prodigios que se han hecho en ustedes, hace mucho tiempo que hubieran hecho penitencia, cubiertas de sayal y de ceniza. Por eso el día del juicio será menos severo para Tiro y Sidón que para ustedes. Y tú, Cafarnaúm, ¿crees que serás encumbrada hasta el cielo? No. Serás precipitada en el abismo”.

Luego, Jesús dijo a sus discípulos: “El que los escucha a ustedes, a mí me escucha; el que los rechaza a ustedes, a mí me rechaza y el que me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado”.

🕊️ Mi reflexión:

En tiempos de Jesús, las ciudades de Corozaín, Betsaida y Cafarnaúm estaban a orillas del lago de Galilea. Allí Jesús predicó y realizó muchos milagros. Por eso sorprende escucharle decir con tanta fuerza: “¡Ay de ti!”. No es un grito de condena, sino un lamento doloroso, como el de alguien que ofreció mucho amor y, sin embargo, no fue escuchado.

Tiro y Sidón eran ciudades paganas, consideradas lejanas de la fe de Israel. Y, sin embargo, Jesús afirma que, si hubieran visto los mismos signos, habrían cambiado de vida. El mensaje es claro: a quien más recibe, más se le pide.

El Evangelio de hoy nos invita a mirarnos a nosotros mismos. No se trata de juzgar a aquellas ciudades del pasado, sino de preguntarnos: ¿qué he hecho yo con todo lo que Dios me ha regalado?

A veces pedimos señales, pruebas, milagros… pero quizá ya los tenemos delante: una palabra que nos consuela, el cariño de alguien cercano, el perdón recibido, la fuerza inesperada en medio de una dificultad.

Jesús también les recuerda a sus discípulos: “Quien a vosotros escucha, a mí me escucha”. Es decir, Dios no nos habla solo en la oración íntima: también en las personas que nos rodean, en la comunidad, en quienes nos transmiten su palabra. Y, al mismo tiempo, nosotros estamos llamados a ser voz de esperanza para otros.

Estas palabras no buscan asustar, sino despertarnos. La tristeza de Jesús no nace del juicio, sino del amor no correspondido. Cuando cerramos los ojos a sus señales, no es Él quien pierde, sino nosotros.

Hoy podemos pedir un corazón sensible, capaz de reconocer lo bueno que Dios pone en nuestra vida, para no dejarlo pasar de largo. Porque el mayor riesgo no es hacer algo malo, sino vivir con indiferencia, sin dejar que el bien nos transforme.


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