Un día, Jesús estaba orando y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: “Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos”.
Entonces Jesús les dijo: “Cuando oren, digan:
Padre, santificado sea tu nombre,
venga tu Reino,
danos hoy nuestro pan de cada día
y perdona nuestras ofensas,
puesto que también nosotros perdonamos
a todo aquel que nos ofende,
y no nos dejes caer en tentación”.

🕊️ Mi reflexión
Los discípulos no piden a Jesús que les enseñe a hacer milagros o a predicar, sino a orar. Esto revela que perciben en su oración una fuente de vida, de fuerza y de intimidad con el Padre. Y Jesús, en respuesta, les entrega la oración más universal y sencilla: el Padre Nuestro.
Cada frase encierra una enseñanza:
“Padre”: Nos recuerda que Dios no es un ser lejano, sino un Padre cercano, amoroso. Nos invita a una relación de confianza y ternura. “Santificado sea tu nombre”: Expresamos nuestro deseo de honrar y reconocer la santidad de Dios en nuestra vida. “Venga tu Reino”: Pedimos que su amor, justicia y paz transformen el mundo y nuestro propio corazón. “Danos hoy nuestro pan de cada día”: Reconocemos que todo lo que tenemos viene de Él y pedimos lo necesario, no lo excesivo. “Perdona nuestras ofensas…”: La oración cristiana no puede separarse del perdón. Quien reza al Padre debe tener un corazón dispuesto a reconciliarse. “No nos dejes caer en tentación”: Reconocemos nuestra fragilidad y pedimos su ayuda constante para no alejarnos del bien.
Jesús nos enseña que orar no es repetir palabras, sino vivir en relación con el Padre. Es abrir el corazón, confiar, perdonar y pedir lo esencial.
El “Padre Nuestro” es más que una oración: es un camino de vida, una escuela de humildad, de confianza y de amor.
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