En aquel tiempo, Jesús iba enseñando por ciudades y pueblos, mientras se encaminaba a Jerusalén. Alguien le preguntó: “Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?”
Jesús le respondió: “Esfuércense en entrar por la puerta, que es angosta, pues yo les aseguro que muchos tratarán de entrar y no podrán. Cuando el dueño de la casa se levante de la mesa y cierre la puerta, ustedes se quedarán afuera y se pondrán a tocar la puerta, diciendo: ‘¡Señor, ábrenos!’ Pero él les responderá: ‘No sé quiénes son ustedes’.
Entonces le dirán con insistencia: ‘Hemos comido y bebido contigo y tú has enseñado en nuestras plazas’. Pero él replicará: ‘Yo les aseguro que no sé quiénes son ustedes. Apártense de mí todos ustedes los que hacen el mal’. Entonces llorarán ustedes y se desesperarán, cuando vean a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, y ustedes se vean echados fuera.
Vendrán muchos del oriente y del poniente, del norte y del sur, y participarán en el banquete del Reino de Dios. Pues los que ahora son los últimos, serán los primeros; y los que ahora son los primeros, serán los últimos”.
Yo escucho a Jesús decir: “Esfuércense en entrar por la puerta angosta”… y la verdad es que me duele, porque sé que esa puerta está delante de mí, pero muchas veces no tengo la fuerza de cruzarla.

🕊️Mi reflexión:
Lo confieso: me canso.
Sé lo que Dios me pide, pero me falta decisión. Sé qué cadenas debería romper, pero me aferro a ellas porque me resultan cómodas. Y me asusta pensar que un día Cristo me diga en la cara: “No te conozco”.
Yo no quiero ser de esos que un día golpean la puerta y le dicen: “Señor, yo recé, yo escuché tu Palabra, yo estuve en tu Iglesia”… y que Él me responda: “No sé quién eres”. Porque en el fondo, ¿de qué sirve decir que soy cristiano, si no vivo como discípulo?
Mi lucha es contra mí mismo:
– contra mi pereza que me roba la oración,
– contra mis pecados que acaricio como si no fueran tan graves,
– contra mi tibieza que me hace quedarme a medio camino,
– contra esa voz dentro de mí que me dice: “Déjalo para mañana, no es para tanto, Dios ya te entiende”.
Y muchas veces pierdo esa lucha. Me falta fuerza, me falta radicalidad, me falta coraje. Me justifico, me excuso, me escondo. Y la verdad es que me da miedo. Miedo de estar jugando con mi eternidad.
Porque Jesús es claro: la puerta se cierra. Y yo no quiero quedarme llorando afuera, viendo a otros entrar mientras yo me quedo fuera por no haber tomado en serio mi salvación.
Por eso hoy no me pongo máscaras. Hoy digo la verdad: estoy en batalla. Estoy herido, a veces flojo, a veces caído… pero no quiero rendirme.
Señor, dame la fuerza que no tengo. Dame el coraje para enfrentar mis cadenas y no volver a ellas. Dame la decisión para dejar lo que me aparta de Ti, aunque duela.
Yo no quiero ser cristiano de nombre. Yo quiero entrar por esa puerta angosta, aunque me cueste lágrimas, aunque me arrastre, aunque tropiece mil veces.
Prefiero caer luchando que quedarme cómodo en el camino ancho. Prefiero estar herido en la pelea que tibio y engañado en mi falsa seguridad.
Hoy me pongo frente a Ti, Señor, con mis miedos y mis derrotas. Y te digo: sin Ti, no puedo. Pero contigo, aunque débil, quiero entrar.
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