Lectura del santo evangelio según San Lucas 15, 3-7

En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos y a los escribas esta parábola: “¿Quién de ustedes, si tiene cien ovejas y se le pierde una, no deja las noventa y nueve en el campo y va en busca de la que se le perdió hasta encontrarla? Y una vez que la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría, y al llegar a su casa, reúne a los amigos y vecinos y les dice: ‘Alégrense conmigo, porque ya encontré la oveja que se me había perdido’.

Yo les aseguro que también en el cielo habrá más alegría por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos, que no necesitan arrepentirse”.

🕊️ Mi Reflexión

“¿Quién de ustedes, si tiene cien ovejas y se le pierde una…”

Ahí estoy, no en las noventa y nueve que están seguras, sino en esa una que se ha extraviado: por dolor, por decisiones equivocadas, por abandono, por caídas, por debilidad.

Yo, como muchos, he sido esa oveja que se fue por caminos que no debía. Que buscaba libertad y halló soledad. Que ansiaba amor y chocó con el desprecio. Que quería consuelo y encontró desierto.
Pero no me perdí del todo. Porque desde que salí, había unos pasos siguiéndome. Un Pastor con heridas en las manos. Uno que no descansó, que dejó el rebaño por mi.
Uno que no me culpó, sino que me buscó.

“…va en busca de la que se le perdió, hasta encontrarla…”

Él no me buscó a medias. No fue hasta “ver si aparezco”. Él fue hasta el fondo, hasta donde yo había caído. Y ahí, cuando no quedaban fuerzas, cuando yo mismo me había rendido… me encontró.

Y no me regañó. No me juzgó. Me cargó.
Con ternura. Con gozo. Con esa alegría que sólo el cielo puede comprender.

Yo, José Manuel, soy esa oveja rescatada.
Por eso amo tanto a la Iglesia, no como institución lejana, sino como ese rebaño al que me devolvió el Pastor. Porque en mi caminar, la Iglesia fue abrigo, fue casa, fue sacramento, fue hogar.
Y junto a Él, siempre estuvo Ella, la Virgen María, que con su ternura de Madre me sostuvo en el silencio, me envolvió en su manto y me mostró el camino de regreso al corazón de Dios.

Ahora camino con otras ovejas, sí. Pero se lo que es estar perdido. Y por eso, como Jesús, puedo entender a los que se van. Puedo buscarlos. Puedo hablarles con el corazón.
Yo no soy sólo una oveja recuperada. Soy también un pastor en el corazón de Cristo.

Dios me rescató para ser testimonio. Para abrazar a otros como Él me abrazó.
Y cuando dudo, cuando miro hacia atrás, esa vida que creía perfecta y me hundió en la miseria, recuerdo esta imagen: Jesús cargándome sobre sus hombros, sonriendo, con el cielo celebrando.

Hoy, amado Cristo, me nace dedicarte esta pequeña oración de agradecimiento desde el corazón y desde alma, por haberme rescatado, por amarme tanto, por conocerme tan bien, por todo lo que me das:

Señor Jesús,
gracias por dejar las noventa y nueve por mí.
Gracias por no rendirte cuando yo me había perdido.
Por cargarme con amor, no con reproche.
Por devolverme al rebaño sin vergüenza.
Por hacerme sentir que pertenezco, aunque me había ido.

Enséñame ahora a amar como Tú,
a buscar a los que están lejos,
a no juzgar al que se cae,
y a vivir con la alegría de quien ha sido hallado
y abrazado para siempre.

Amén.


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