En aquel tiempo, Jesús fue a Cafarnaúm, ciudad de Galilea, y los sábados enseñaba a la gente. Todos estaban asombrados de sus enseñanzas, porque hablaba con autoridad.
Había en la sinagoga un hombre que tenía un demonio inmundo y se puso a gritar muy fuerte: “¡Déjanos! ¿Por qué te metes con nosotros, Jesús nazareno? ¿Has venido a destruirnos? Sé que tú eres el Santo de Dios”.
Pero Jesús le ordenó: “Cállate y sal de ese hombre”. Entonces el demonio tiró al hombre por tierra, en medio de la gente, y salió de él sin hacerle daño. Todos se espantaron y se decían unos a otros: “¿Qué tendrá su palabra? Porque da órdenes con autoridad y fuerza a los espíritus inmundos y éstos se salen”. Y su fama se extendió por todos los lugares de la región.

🕊️ Mi reflexión
Hoy el evangelio nos muestra a Jesús en Cafarnaúm, enseñando con autoridad. No es una autoridad que impone miedo ni que busca dominar, sino la fuerza de la verdad y del amor de Dios que libera. Su palabra no se queda en teoría: transforma, sana y expulsa aquello que oprime al ser humano.
El demonio reconoció a Jesús como “el Santo de Dios” y, sin embargo, no pudo resistir el poder de su palabra. Esto me hace pensar que, a veces, también nosotros tenemos dentro voces que nos gritan: miedos, culpas, tentaciones, heridas… y que parecen más fuertes que nosotros. Pero ante Jesús, ninguna de esas fuerzas tiene la última palabra.
Me interpela preguntarme: ¿qué “espíritus” necesito que el Señor eche fuera de mi vida? ¿Qué cadenas me impiden vivir con libertad? Solo Jesús puede callar esas voces y devolvernos la paz. Su autoridad no oprime, sino que libera.
Pidamos hoy al Señor la fe suficiente para dejar que su Palabra entre en nosotros con la misma fuerza con la que aquel día liberó al hombre poseído. Y que también nosotros, al ver lo que Él hace en nuestras vidas, podamos compartir con otros su fama y su amor que transforma.
Descubre más desde
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.