Lectura del santo evangelio según san Mateo 18, 1-5. 10

En cierta ocasión, los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron: “¿Quién es más grande en el Reino de los cielos?”

Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y les dijo: “Yo les aseguro a ustedes que si no cambian y no se hacen como los niños, no entrarán en el Reino de los cielos. Así pues, quien se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el Reino de los cielos. Y el que reciba a un niño como éste en mi nombre, me recibe a mí.

Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, pues yo les digo que sus ángeles, en el cielo, ven continuamente el rostro de mi Padre, que está en el cielo”.

🕊️ Mi reflexión:

Los discípulos se acercan a Jesús con una pregunta muy humana: “¿Quién es el más grande en el Reino de los cielos?”. Detrás de esa inquietud late el deseo de reconocimiento, de importancia, de ocupar un lugar privilegiado. Es una pregunta que también nosotros, de distintas maneras, llevamos en el corazón: ¿qué me hace grande?, ¿qué me da valor?, ¿dónde está mi verdadera dignidad?

Jesús responde de una manera desconcertante. Llama a un niño, lo coloca en medio del grupo y dice: “Si no se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los cielos”. Para Él, la grandeza no está en subir escalones, sino en bajar a la humildad. No consiste en imponerse sobre los demás, sino en vivir desde la pequeñez confiada.

El niño en tiempos de Jesús no tenía derechos, no contaba socialmente, estaba en los márgenes. Y sin embargo, Jesús lo pone en el centro. Ese gesto es ya un mensaje: Dios mira con especial ternura a quienes el mundo no mira, a quienes parecen insignificantes, a los pequeños, a los frágiles. En ellos se refleja el corazón del Evangelio.

Hacerse como niños significa recuperar la capacidad de confiar sin reservas en Dios, como un niño confía en su padre y en su madre. Significa vivir con sencillez, sin complicar la vida con rivalidades y orgullos. Significa ser capaces de maravillarnos, de dejarnos sorprender por la bondad y la belleza de la vida.

Pero Jesús va más allá: “El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe”. Aquí se abre otra dimensión muy concreta: no basta con tener un corazón de niño, es necesario también acoger a los pequeños de la vida: a los pobres, a los que sufren, a los que no cuentan para la sociedad. Acogerlos, cuidarlos y respetarlos es acoger al mismo Cristo.

Finalmente, Jesús añade una advertencia solemne: “Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque sus ángeles ven siempre el rostro de mi Padre”. Aquí descubrimos que cada persona, especialmente los más débiles, tienen un valor incalculable para Dios. Nadie es invisible a sus ojos. El cielo entero vela por cada uno de ellos.

Este Evangelio nos invita a revisar nuestros criterios de grandeza. En un mundo donde se valora el poder, el éxito, la apariencia y el tener, Jesús nos enseña que la verdadera grandeza está en la humildad, en la sencillez y en la capacidad de amar y acoger. El Reino de los cielos no es para los que se creen superiores, sino para los que saben hacerse pequeños.

Hoy podemos preguntarnos:

¿Confío en Dios con la misma entrega que un niño en brazos de su madre? ¿Trato con respeto y ternura a los pequeños, a los que nadie valora? ¿Estoy dispuesto a ocupar el último lugar, sabiendo que ahí está la verdadera grandeza?

Que este Evangelio nos ayude a redescubrir el valor de la humildad, la confianza y la ternura. Sólo cuando nos hacemos pequeños podemos dejar espacio para que Dios sea grande en nosotros.


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