Martes 10 de Junio • Lectura del santo evangelio según san Mateo (5, 13-16)

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

“Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.

Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte.

Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa.

Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.”

Palabra del Señor.

Gloria a ti, Señor Jesús.

🕊️Mi Reflexión:

“Venía de la oscuridad… y ya no quiero estar ahí”

Cuando leo estas palabras de Jesús:

“Vosotros sois la sal de la tierra… Vosotros sois la luz del mundo”,

no me suenan lejanas. Me nombran. Me llaman.

Pero también me recuerdan que hubo un tiempo en que no era ni sal ni luz.

Mi vida era insípida. Me creía completo, pero estaba vacío. Sonreía, pero por dentro estaba apagado.

Vivía, sí, pero en piloto automático. Y lo más duro es que ni siquiera lo notaba.

Hasta que un día su Palabra me alcanzó. No con ruido, sino como un rayo de luz entrando en una habitación cerrada. Y entonces lo vi:

yo venía de la oscuridad.

Y ahí lo entendí: Él no me pidió perfección.

Solo me pidió que no escondiera la luz que Él mismo encendió en mí.

No es mía, es suya.

Pero Él la puso en mi corazón para que alumbre, para que no se apague, para que sea camino para otros.

Y ese es mi nombre hoy: Luz del Camino. No porque yo sea especial, sino porque Él brilló primero en mí… para que ahora brille yo por Él.

Durante mucho tiempo fui uno más que se calla, que se acomoda, que se esconde. Uno más que teme lo que los demás pensarán si hablo de Dios, si vivo como Él manda.

Y mientras yo me ocultaba, el mundo allá afuera se oscurecía un poco más.

¡Qué error! ¡Qué pérdida!

Pero hoy ya no quiero vivir así.

Hoy ya no quiero ser más un cristiano escondido.

Hoy vuelvo a Él y me comprometo a ser sal donde todo sabe a nada.

A ser luz donde otros todavía caminan sin rumbo.

No con discursos, ni con moralismos.

Sino con actos concretos:

una mirada que consuela,

una palabra que anima,

una oración silenciosa,

una obra buena que no me pertenece,

porque es Cristo quien la realiza a través de mí.

Y lo hago no para que me aplaudan. No para sentirme mejor que nadie.

Lo hago para que Dios reciba la gloria.

Porque todo lo bueno que hay en mí… viene de Él.

Y si hoy tengo luz, es porque un día Él entró en mi oscuridad.

José Manuel • 10/6/25


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